sábado, 25 de septiembre de 2010

Las Hoces del Duraton, otra mirada

Cuando paseo por las hoces y me animo a adentrarme desde la Molinilla, sendero arriba, por los pedregales interminables, llenos de tomillo, te, espliego y demás plantas aromáticas características de la zona, reconozco que cada vez siento más ganas de desviarme del camino que conduce hasta la Ermita de San Frutos. Buscar los recodos solitarios, alejados del bullicio que invade los tramos más visitados. Sin duda es la zona más espectacular e impresionante.
Sí, lo reconozco, suelo hacer pequeñas incursiones en solitario, acercándome a las escarpadas paredes desde diferentes zonas, diferentes hoces. Es hermoso tener esas sensaciones, disfrutar de un paisaje inigualable, con una tranquilidad y un encanto que todavía me recuerda a la de nuestras andanzas de infancia y juventud. Por esa zona es dificil encontrarse con gente, a pesar de los muchos turistas que abarrotan contínuamente San Frutos.

Cuando me siento en lo más alto de una escarpada pared, observando desde arriba a los buitres, alimoches, aviones, volar bajo mi mirada, observando el rio entre paredes, me suelo sorprender cuando de repente, veo aparecer tras la curva horadada pacientemente a través del tiempo por el capricho del agua , una hilera interminable de canoas, con dibujo y formación diferente, unas veces más compactas, otras espaciadas, pero siempre llenas de color. No discuto que, aunque rompe la armonía del paisaje y me saca de la sensación de placidez y de mis pensamientos, tiene también su encanto. Reconozco que la experiencia de poder ir en piragua por el Duratón entre las Hoces produce sensaciones inolvidables, te permite disfrutar de imágenes diferentes, te hace sentir pequeño, mucho más pequeño, entre tanta grandiosidad. Incluso lo recomiendo.
Pero no puedo dejar de pensar que no hace mucho tiempo, algunos chicos y chic@s del pueblo, disfrutábamos haciendo excursiones hasta el Portillo en bicicleta, bajábamos la lengua de tierra arenosa y empinada hasta la misma orilla, con las bicis a cuesta, y nos adentrábamos en el agua, refrescándonos, disfrutando del momento, del lugar, a cuerpo descubierto, sin piraguas, sin canoas. Tal vez, en algún caso, ayudados con una cámara de rueda de coche, o de camión, o incluso de tractor (esta sí que era una gozada). Incluso, alguna vez, el recorrido lo hacíamos andando, saliendo desde el camino que parte desde la zona trasera del Bar Stop, atravesando primero las tierras, para después hacerlo por un pinar, llegando, por último a la zona de pedregales típica de las Hoces, para entrar directamente en la zona del Portillo. Es el camino que utilizaron en su día los monjes del Convento de la Hoz, y que no siempre lo hicieron con fines confesables.
Sin duda estas excursiones a pie, permitían más facilmente llevar cámaras de ruedas de camión o de tractor, que las que hacíamos en bicicleta. Tal vez por ello son más recordadas y añoradas.
Con aquellos flotadores reciclados jugábamos en el agua, pero también los utilizábamos como ayuda para meternos rio adentro, y acercarnos con más seguridad hasta el propio convento. Subir a sus ruinas, sentarnos en sus viejas piedras, y parar el tiempo contando todo tipo de historias. Nadar entre aquellas paredes rocosas, te hacía sentir diferente. Era algo muy especial. Tanto cuando lo hacías en solitario, separándote unos minutos de tus amig@s y compañia, como cuando lo hacías con uno o dos amigos más, o en grupo, las sensaciones eran únicas. Nos parecían lo más de lo más (como entonces decíamos). Era dificil encontrarse el mismo día con algún otro grupo, con alguna otra cuadrilla. Parecía que una regla no escrita, un poder oculto, hacía que el día que unos decidían ir al Portillo, los demás lo sabían y respetaban su turno.
Sí, cada vez que voy por allí, que me pierdo entre los senderos, que me siento a disfrutar del paisaje; cada vez que veo aparecer las piraguas por la última curva de la hoz en la que me encuentro, siento una mezcla de alegría y de nostalgia. Recuerdo muchos momentos, sensaciones, revivo situaciones que nunca más se pueden repetir. Y me acuerdo, y ahí no puedo dejar de sonreir, de un grupo de niños y niños, de los que hoy formamos La Cuadrilla, que un día de verano haciendo esta excursión se quedaron tan prendados, tan metidos en la piel del rio, de las hoces, de las escarpadas rocas, que el tiempo pasó sin darse cuenta, que se les hizo la noche, que tuvieron que volver en completa oscuridad, pero que tenían tal sensación de bienestar y alegría, que nada les hacía sospechar que sus mayores, sus familias, algún vecino, y la Guardia Civil, ya habían empezado a movilizarse en su busca ante la tardanza. Sus mayores con inquietud y nerviosismo. Ell@s con risas y alegrías. Nunca olvidaré el momento del encuentro con uno de ell@s a la altura del Silo.
En aquel momento desapareció la magia, y volvimos a la realidad. Nos dimos cuenta del susto que habíamos dado a nuestros seres queridos, y nos prometimos no volvernos a dejar seducir por aquella belleza agreste y solitaria (ver más fotos)
Confieso que he roto mil veces esa promesa.
Me sigue seduciendo.

2 comentarios:

  1. Creo que tod@s hemos roto esa promesa, como no podia ser de otra manera,metidos en esos paisajes se pasa el tiempo sin darte cuenta.
    Tenemos pendiente una excursión con nuestr@s hij@s, porque por mucho que les contemos, para llegar a sentir lo que describes hay que vivirlo.
    !Que recuerdos!

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  2. Me apunto, necesito una excursión ya.... Corta o larga es lo de menos, pero si debería tener un ingrediente, la compañía.

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